"-Un día, ¡vi cómo el sol se ponía cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde añadías:
-¿Sabes?... cuando se está tan triste, a uno le gustan las puestas de sol.
-¿Tan triste estabas el día de las cuarenta y tres veces?
Pero el principito no respondió."
El Principito, Antoine de Saint-Exupéry (1943)
Saint-Exupéry escribía estas
líneas hace más de 70 años y aquí estoy yo ahora haciendo lo propio con esta
entrada, de forma completamente espontánea porque así me lo pedían los dedos y
la cabeza.
Hoy hace justo un mes que no
estoy en Viena, la ciudad en la que he estado viviendo durante los últimos 10 meses
y mi segunda casa ahora. Pero lo cierto es que no estoy triste; más bien me
invade una sensación parecida a la de estar viendo una puesta de sol. Quien me conoce sabe lo mucho que me fascinan los atardeceres, contemplar cómo lentamente se
acaba otro día más y el cielo se cubre de noche, mirar más allá, en silencio,
como desde fuera del mundo por unos instantes.
Sé que las fotografías anteriores
no llegan a cuarenta y tres, pero eso no importa. Simplemente quería
recopilarlos aquí y recordarlos porque detrás de cada uno de ellos hay un
momento y un estado de ánimo, tanto malos como buenos, un yo ligeramente distinto y Viena, tan bonita como siempre.
Y aquí estoy hoy, 30 días
después, contemplando cómo todas las vivencias de este año tan breve se desvanecen lenta e inevitablemente mudando en estáticos recuerdos y en todo lo que he crecido con ellas,
dejando paso a otras nuevas que, espero, sean tan enriquecedoras como las
anteriores.